Washington
— David Rivero Lugardo
Cuando la eternidad se quede corta
y mi espera parezca interminable,
eres tú aquella que porta
la razón de este tiempo insoportable.
No sé qué sentir al respecto.
Me duele, me quema, me lastima,
y, aun así, espero tu comitiva.
Quizás por eso escribo este texto.
Ya no quiero que vuelvas.
Ya no quiero que me hagas daño.
Ahora quiero que entiendas
el porqué hago este apaño.
Siento que te duela,
siento que te lastime,
siento muchas cosas,
pero no siento despedirme.
No diré que no te quiero,
que no pienso en ti cada noche,
que cuando el reloj marca las doce
yo no me suelto ningún reproche.
Pero sí diré que te quise
como nunca a nadie he querido,
porque aprendí a amar tus cicatrices,
incluso cuando con ellas me vi herido.
Cuando vuelva a verte
no sabré qué habrás decidido,
pero espero que no esperes
que yo siga aquí erguido.
Un adiós duele más que tu recuerdo.
Un recuerdo duele más que el incierto.
Un incierto sufre más que un cuerdo.
Y ahora, querida,
nunca he estado más despierto.
Cuando la eternidad se quede corta
y mi espera parezca interminable,
llegará el día que vuelvas
para hacerme sentir alguien loable.
Y si ese día no llega,
quiero que sepas que estoy agradecido;
no por el tiempo que me has dedicado,
sino por lo bien que se ha sentido.